Por: José Manuel Vecino P.*
El Desarrollo de
las naciones tiene relación directa con la capacidad de sus habitantes en
hallar y poner en práctica estrategias orientadas a convertir en realidad las potencialidades
de quienes pueden, con sus conocimientos y habilidades, transformar la sociedad
en términos de mejoramiento de la calidad de vida.
Sin embargo, el
origen del desarrollo no fluye de afuera hacia adentro, no basta con diseñar
programas y asignar recursos, es preciso contar con el compromiso de quienes
han sido llamados a construir las nuevas realidades sociales, académicas y
científicas.
La historia de
la humanidad está llena de ejemplos que nos ilustran sobre la capacidad que
tiene el ser humano de convertir la potencialidad en realidad y ser referentes
para las comunidades donde impactan sus acciones. Por su parte las
organizaciones, en las últimas décadas, han comprendido la importancia que
tienen las personas para el logro de los objetivos, han descubierto que no se
contrata solo la mano de obra sino todo el contexto personal de quien ejecuta
las tareas.
Se entiende que
la vida social, personal y familiar no se queda en la puerta de la empresa y
que son esas circunstancias precisamente las que pueden condicionar el
desempeño y la gestión.
Si bien es
cierto que las organizaciones disponen y organizan una serie de actividades
orientadas al crecimiento personal, a la cualificación laboral y al
aprendizaje, serán las mismas personas quienes deciden si se comprometen o no
con los programas de desarrollo que les permitan descubrir sus competencias y
ponerlas al servicio de la gestión que realizan.
El camino hacia
la meta, pasa por dificultades que debe superar cada persona que decide
comprometerse consigo mismo y tomar el mando de su propia vida; de aquellos que
deciden ser los protagonistas de la historia que quieren construir y que no
permiten que sus sueños resulten ser una experiencia que no valga la pena ser
recordada.
El futuro nace
del pasado y se construye en el presente, es la continua invitación para
aceptar las fortalezas actuales y convertirlas en poderosos hilos con los
cuales se tejan las realidades que nos esperan.
El desarrollo
humano es una experiencia que nace, como lo afirma S. Covey, “de adentro hacia
afuera”, es la oportunidad que tenemos para convertir la potencialidad en
realidad, es el desafío de encontrar contextos propicios para hacer que
nuestras capacidades sean valoradas por quienes hacen parte de nuestro círculo
de acción e influencia.
Somos la semilla
que está en permanente evolución y crecimiento y en algún momento dejamos de
ser un “futuro” para convertirnos en el presente que reclama la oportunidad de
continuar imaginando nuevos y mejores escenarios a los cuales llegar. Esa es
otra buena noticia, la realidad nunca llega a un final, siempre tenemos la ocasión
de ser llamados a protagonizar la historia compartida de nuestros equipos de
trabajo y contribuir allí con nuestros talentos.
El desarrollo
humano es una responsabilidad individual, no es de la organización, es un
proceso comprensivo que obliga a tomar decisiones que nos lleven a descubrir y
poner en marcha todas las capacidades que nos permitirán crecer y alcanzar los
objetivos que nos propongamos, y aquí radica otra fuerza oculta que puede
impulsar o frenar nuestro crecimiento.
Pueden las
organizaciones invertir mucho dinero, y lo hacen sin duda, en diseñar y poner
en marcha programas fantásticos orientados al crecimiento personal y profesional,
pueden contratar a los mejores oradores y conferencistas, y también lo hacen,
pero si no existe el motivo interno que dinamiza y moviliza la voluntad de los
participantes, no se obtendrán los resultados esperados.
A pesar de estar
condicionados por la comunidad que nos rodea, de estar siempre acompañados y de
recorrer los caminos de nuestra historia de vida en compañía de otros, somos
nosotros mismos los únicos responsables de lo que nos ocurre; estamos inmersos
en las consecuencias de las decisiones que hemos tomado, así nos dediquemos a
culpar a las estrellas, a nuestros antepasados o incluso a nuestros jefes o nuestra
pareja de lo que nos ocurre.
Es hora de “ponerse
en marcha” y asumir con responsabilidad el mando de nuestra vida, de
convertirnos en los líderes que transforman la realidad que nos rodea, de
interpretar como un signo positivo la función que nos ha sido delegada y
construir a partir de ella nuevas oportunidades que nos lleven a mejores
puertos.
José Manuel Vecino P.* Magister en
Gestión Ambiental, Especialista en Gestión Humana, Gerente de Gestión humana,
Consultor empresarial y Docente Universitario.